¿Eres emprendedor?: ‘agua que no has de beber, déjala correr’

Los seres humanos, absolutamente todos, estamos convencidos de que el mundo, de que la vida, es tal cual la vemos. El problema, porque siempre hay un problema, es que además estamos convencidos de que todos los demás la ven exactamente igual. Y, no, por supuesto que no es así. Cada uno ve el mundo, ve la vida, desde su propia perspectiva, que es distinta de la de los otros.

Por ejemplo, qué lío cuando te vas a reunir con tu grupo de amigos para celebrar un cumpleaños. ¿Qué hacemos? ¿Ir a bailar? (Siempre hay uno que quiere bailar). ¿Ir a comer pizza? (Ese es un plan que no me apetece). ¿Ir a la casa de alguno y hacer un asado? (No cualquiera es anfitrión). ¿Reunirnos en la casa del festejado y pedir comida a domicilio? (Nadie los pone de acuerdo)…

Otro ejemplo, uno del que soy protagonista con frecuencia: llega el fin de semana y quiero pasar tiempo con mis hijas, que son la razón de ser de mi vida. Si eres padre, entenderás que es casi imposible llegar a un acuerdo, así que a veces le doy gusto a una y a la siguiente, a la otra, y también hay veces que prefiero tomar la decisión o, de lo contrario, nunca podríamos salir.

En ocasiones, no la pasamos bien por esto, es decir, nos molestamos. Y no tiene sentido, pues, al fin y al cabo, basta con entender que todos somos diferentes, que cada ser humano es único e irrepetible y que ser diferentes nos hace valiosos. Además, que todos vemos la vida de acuerdo con lo que conocemos, en lo que creemos o, simplemente, con lo que nos place en ese momento.

Esta es una premisa que, te lo confieso, me costó tiempo y trabajo entender en mi rol de emprendedor. ¿Por qué? Porque no comprendía por qué una persona rechazaba mi ayuda; por qué, a pesar de que estaba consciente de su problema y de que yo le podía aportar la solución, me rechazaba. Y el rechazo, seguramente lo sabes, es algo que golpea nuestro ego y nos lastima.

En un comienzo, no solo tenía la necesidad, sino también la mentalidad, de ganar dinero. Estaba obsesionado con la idea de que muchas personas compraran lo que ofrecía y, por supuesto, no se me ocurría pensar en mi cliente, en sus aspiraciones, en sus deseos, en su satisfacción. Eso fue algo que aprendí con el tiempo, con los errores que cometí y con las enseñanzas de mis mentores.

Poco a poco, comprendí que la venta no podía ser el único objetivo de mis estrategias, sino que es la consecuencia de las acciones que emprendo, de las decisiones que adopto y, no hay que olvidarlo, de los errores que cometo. En la medida en que aciertes más veces, más ventas lograrás. Aprendí, en esencia, que la razón de ser de lo que hago es mi cliente, su bienestar, su éxito.

En los últimos meses, por cuenta de los cambios de hábitos que tuvimos que incorporar a nuestras vidas, internet se convirtió en un artículo de primera necesidad. Primero, como una fuente de entretenimiento en medio del confinamiento y, luego, como un escenario de trabajo. Muchas personas que no conocían Zoom o nunca habían hecho una reunión virtual son expertos en ellas.

De hecho, para muchísimas personas en el mundo, internet fue el salvavidas que les permitió mantenerse conectados a la vida que llevaban antes. Para otros, mientras, se convirtió en la única salida en una situación crítica que requería respuesta rápidas y efectivas y que, en especial, que reservaba lo mejor para aquellos que pudieran entender sus características y sus fortalezas.

En consecuencia, cientos de miles de personas que toda la vida habían trabajado en el ámbito convencional, en la oficina física, de un día para otro pasaron al teletrabajo o al emprendimiento digital desde su casa. Una increíble revolución de la mano de la tecnología, de las facilidades que nos brinda, de sus poderosas herramientas y recursos. Sin embargo, este no es el paraíso.

Tristemente, muchas personas que en los últimos meses se atrevieron a comenzar la aventura digital no consiguieron lo que esperaban. Por supuesto, las razones son variadas. Expectativas sobrevaloradas, bajo nivel de conocimiento, modelos de negocio débiles y mal sustentados, mala asesoría, decisiones equivocadas, la tendencia al éxito exprés o, simplemente, falta de paciencia.

Con frecuencia, cada vez con mayor frecuencia, me entero del caso de algún emprendedor que tuvo que desistir de su empeño porque el negocio con el que soñaban no prosperó. Me llamó la atención que es algo parecido a un efecto dominó, que uno caía después del otro, y no conseguía entender esta situación. Siempre hubo negocios que no prosperaron, pero esta era otra epidemia.


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Durante varias semanas, ese tema me dio vueltas en la cabeza y no podía resolverlo. El bendito ¿por qué? me atormentaba y me inquietaba no poder hallar una respuesta. Finalmente, como suele suceder, la encontré donde menos esperaba, en un grupo virtual que comparto con otros emprendedores y dueños de negocios que también habían detectado este triste fenómeno.

Lo que me molestaba, en el fondo, era que en esos casos fallidos, en esas personas frustradas, veía a mi yo del pasado, una versión mía de dos décadas atrás. Y quería ayudarlas, quería transmitirles mi conocimiento y mis experiencias para que pudieran salir de ese hoyo en el que se metieron. Sin embargo, la respuesta era la misma: el rechazo. Esta vez, en todo caso, mi ego no se afectó.

La conclusión a la que llegamos en este grupo, después de horas de discusiones enriquecedoras, fue que la idea que nosotros tenemos de ser emprendedores es distinta de la que tienen estas personas. Como lo mencioné antes, cada uno ve la vida, ve el mundo, de una manera diferente y este era un claro ejemplo de ello. Fue, entonces, cuando entendí que no podía ayudarlos.

Para esas personas, emprender significa cualquier actividad que les permita obtener una fuente de ingresos adicionales. No un negocio propio, no un emprendimiento digital, sino un negocio que les permita tapar el hueco que su trabajo convencional no cubre o que les generó la pérdida de ese trabajo. Entendí, además, que es una cultura muy arraigada en nuestros países: la de rebusque.

Es como el joven universitario que vende brownies o sándwiches para ayudarse a pagar los libros y útiles que requiere para estudiar o, así mismo, para su transporte y gastos personales. No es un negocio, no es un emprendimiento, solo es una opción para generar ingresos, algo que en la gran mayoría de los casos va a quedar como una anécdota cuando consigan un trabajo tradicional.

Emprender, para mí, en cambio, es el propósito de mi vida. Hace muchos años, por fortuna, descubrí que esto que hago era justamente lo que quería hacer el resto de mi vida, lo que quiero hacer cada día de mi vida mientras tenga vida. Amo lo que hago y, independientemente de que podría obtener jugosos ingresos económicos, no me veo haciendo algo distinto, algo convencional.

En algún punto de mi vida me di cuenta de que lo que quería hacer, de que el propósito de mi vida era transmitir mi conocimiento y mis experiencias para ayudar a otros. Ayudarlos a cumplir sus sueños de la misma forma en que yo cumplí los míos. Ayudarlos a evitar los errores que cometí y a superar las dificultades que enfrenté y que logren el nivel de realización y bienestar que disfruto.

Los emprendedores, en el fondo, tenemos alma de superhéroesqueremos ayudar a todo el mundo, sin darnos cuenta de que hay muchas personas que no requieren o, más importante todavía, no quieren nuestra ayuda. Y está bien, cada uno ve el mundo y la vida como desea, como le plazca. Es algo que debemos respetar y que no debe incomodarnos, no debe molestarnos.

Como dice el dicho, “agua que no has de beber, amigo, déjala correr”. Más bien, enfoca tus energías, tus conocimientos y experiencias, en servir a quienes sí están interesados, a quienes levantaron la mayo y te pidieron ayuda. Concéntrate en esas personas que están confundidas, que están desorientadas, que claman porque alguien las oriente, las guíe para retomar el buen camino.

Hay un tipo de emprendimiento que es muy distinto del que predico y practico. Reconozco que me costó trabajo entenderlo y aceptarlo, pero hoy sé que para muchas personas es una opción válida. Lo mío, sin embargo, va por otro lado, por el lado del propósito de vida, de hacer cada día eso que está estrechamente conectado con mis valores y principios, mis dones y talentos, con mi pasión.

No hay una opción buena y otra, mala. No hay una opción correcta y otra, equivocada. Se trata, simplemente, de elecciones, de decisiones, de formas distintas de ver la vida, de ver el mundo. Hay espacio para todos, hay oportunidades para todos. De lo que sí estoy completamente seguro es de que no cambiaría por nada en el mundo esto a lo que me dedico y que me hace tan feliz.

 

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