Más allá de «parir» múltiples prodigios (que quizás no lo sean tanto después de todo), la industria tecnológica rezuma también vanidad por todos los poros. Entre los fundadores de las empresas «techies» de más relumbrón hay una creciente obsesión por la juventud y la perfección física. ¿El problema? Que semejante y malsana obsesión puede terminar socavando la sostenibilidad de las compañías nacidas al abrigo de la tecnología y convirtiendo a la industria en su conjunto en un mero chiste.
- Cuánto dinero han levantado las 17 startups tecnológicas más relevantes de 2021 y en qué lo han empleado: expansión internacional, desarrollo de producto y talento
- Cuánto dinero han levantado las 17 startups tecnológicas más relevantes de 2021 y en qué lo han empleado: expansión internacional, desarrollo de producto y talento
- Cada cuánto revisar «Algún día / Tal vez»
- Cómo gestionar el estrés
- Cómo explicarte a tu jefe que quieres teletrabajar siempre y que no quieres volver a la oficina
- Infoproductos: cómo sacar partido a un negocio muy rentable
- 8 claves para complacer a Gmail
- Historias de emprendedores: éxito en ciberseguridad
- Historias de emprendedores: éxito en ciberseguridad
- Del influencer al cliente influyente: la próxima cabriola del marketing de influencia
- Dejar huella en la vida de alguien
- Dar clases online en tiempos de la “nueva normalidad”
- ¿Eres consciente de lo que aportas?
- ¿Eres consciente de lo que aportas?
- Cómo conectar con tus suscriptores con email marketing emocional
En Silicon Valley quienes no son ya insultantemente jóvenes (sin ser tampoco «viejos») son adictos al botox. Y su adicción echa raíces en la firme creencia de que si tienen (o en su defecto aparentan) más de 35 años, están prácticamente acabados en una industria que rinde pleitesía sin ningún tipo de disimulo al «viejismo», asegura Matt Haber en un artículo para Inc.
Que en la actualidad la industria tecnológica esté tan preocupada por la apariencia física de sus «mandamases» contrasta con la despreocupación por la belleza que reinaba allá por los 70 y los 80 en este sector.
Los primeros empleados de Apple eran, por ejemplo, ajenos a todo acicalamiento, todo lo contrario a lo que sucede ahora, cuando los CEOs de empresas «techies» se cuelan cada poco tiempo en las portadas de revista de moda (como hizo Evan Spiegel en 2015 en la publicación L’uomo Vogue).
En un vídeo promocional de Apple datado de 1983 reinaban, por ejemplo, las camisas arrugadas y los peinados poco favorecedores. Al fin y al cabo, sus protagonistas (que por aquel entonces eran casi todos hombres) no se endilgaban a sí mismos la etiqueta de influencers. Eran simple y llanamente ingenieros.
Ser guapo, ¿una condición sine qua non para triunfar en Silicon Valley?
Y puede que Steve Jobs se arreglara la barba y se pusiera su mejor chaqueta de pana cuando aparecía de vez en cuando en las portadas de las revistas, pero no lo hacía cegado por el delirio de que la industria tecnológica debe forzosamente ser glamurosa.
Tampoco Bill Gates era el colmo de la perfección física en sus tiempos mozos. De hecho, y a juzgar por las fotos que hay de él de joven, ni siquiera se preocupaba de limpiar mínimamente los cristales de sus gafas.
Actualmente de los fundadores de las empresas tecnológicas se espera no solo que ejerzan de faros de la industria sino también que encarnen en su propio físico la promesa de la perfección que hay adosada a la tecnología. De ello dan cuenta los musculados bíceps de Jeff Bezos, el estudiadísimo peinado de Elon Musk o la estricta dieta (con ayuno incluido) de Jack Dorsey.
Algunos atribuyen, por ejemplo, el espectacular ascenso a los altares de la startup WeWork (que después terminaría descendiendo a los informe) al imponente físico de su fundador Adam Neumann. Probablemente sin el porte de dios vikingo de pómulos cincelados que se gasta el bueno de Neumann su compañía no hubiera sido nunca protagonista de ninguna burbuja (y hubiera tenido oportunidad de crecer de manera más sostenible).
Quizás haya llegado el momento de prender una hoguera de las vanidades en Silicon Valley y comenzar a contemplar a los fundadores de empresas tecnológicas como algo más que caras bonitas, concluye Haber.