¿Y si el Louvre fuera tu cerebro? Domina tu sala preferida

¡Oh La La, París en 2012!

Un viaje que tengo marcado en el corazón y en la memoria.

Fue un viaje que planeamos, una mañana de verano y de forma espontánea, mi cuñado y yo con la excusa de hacer fotos, pero la realidad es que París ya me había llamado y cautivado desde hacía tiempo. ¿Y quién era yo para ignorar esa llamada?

Armado con mi inseparable Nikon y varios carretes que (como sabéis los más veteranos del lugar) no me dejaba ver las fotos al instante, salí a cazar imágenes.

Te aseguro que volver a casa y revelar las fotos para poder ver lo que había salido era muy emocionante.

Hoy todo lo tenemos al momento, cientos de fotos instantáneas, pero te aseguro que esa espera tenía su magia. Cada foto era como comprar un décimo de lotería.

Pues bien, uno de los momentos más impresionantes de ese viaje fue cuando subimos (no recuerdo si nos colamos) hasta las terrazas de los Almacenes La Samaritaine.

Había leído en un libro (ya sabes que tengo un problema serio de adicción a los libros) que explicaba que desde allí se veía París como en ninguna otra parte. Desde que lo leí quería subir ahí: «Esto no me lo pierdo».

¡Mereció la pena!

Cuando llegamos arriba, ¡fue espectacular! Recuerdo que había una pequeña brisa y el cielo amenazaba lluvia.

Ahí estaba París, extendiéndose ante nosotros, con el Pabellón del Reloj del Louvre, imponiéndose de forma majestuosa.

Lo vi y el corazón me dio un vuelco. Sin pensarlo, disparé la cámara tres o cuatro veces, no podía dejar que ese momento se escapara. Era la emocionante sensación de capturar un momento que sabes que nunca olvidarás.

Evidentemente, después de contemplar la belleza que emergía ante nosotros (a veces pienso que tengo el síndrome de Stendhal), la siguiente parada fue en el Louvre, ¿alguna vez has estado?

Es como un océano interminable de arte, historia y cultura.

Pasear por sus salas es un ejercicio mental agotador. Te paras frente a la Mona Lisa (decepcionante, pequeña y rodeada de una masa de turistas), la Venus de Milo, y después de unas horas te sientes agotado.

¡Es imposible dominarlo todo!

Intentar abarcar todas las épocas, estilos y técnicas artísticas te hace sentir pequeño.

incluso yo, con mi formación de arquitecto, me sentía un inculto por no poder desvelar todas las claves arquitectónicas y artísticas que aparecían frente a mi. Es esa sensación de “no dominarlo todo”.

Años después, recordé esta sensación al leer una lección de Warren Buffett sobre el «círculo de competencia».

Buffett dice que nadie puede entender el mundo en su totalidad, pero que eso no es un problema, porque lo realmente importante es saber en qué eres bueno y quedarte en tu círculo de competencia. Lo que está dentro de tu círculo, lo controlas como un maestro, pero lo que está fuera, mejor dejarlo para otros.

Reflexionando sobre esto, se me ocurrió una analogía interesante…

Imagina el Louvre como tu cerebro. No puedes ser un experto en todo: arte egipcio, esculturas griegas, pintura renacentista… ¡Es imposible!

Quizá tu pasión sea la escultura griega, entonces dedícate a eso, sé el mejor en esa sala, pero no intentes abarcar todo el museo o acabarás agotado.

En la vida, como en los negocios, Buffett recomienda lo mismo: encuentra tu fortaleza, tu “Mona Lisa” personal, y perfecciónala.

Lo importante es no dejarte llevar por la tentación de ampliar tu círculo solo porque crees que ya dominas lo que tienes dentro.

Charlie Munger, socio de Buffett, decía que si te aventuras fuera de tu círculo sin las habilidades adecuadas, acabarás frustrado y perdiendo el tiempo.

Es como si un jugador de ajedrez decidiera que, por ser brillante en el tablero, también debería liderar una startup tecnológica. No, no funciona así.

Crear tu círculo de competencia lleva tiempo, dedicación y mucha, mucha obsesión. Mira a Buffett, Gates Jobs. Todos ellos eran obsesivos en lo que hacían.

Warren Buffett, por ejemplo, compró sus primeras acciones con el dinero que le daban sus padres los domingos, desde entonces vive obsesionado con las inversiones. Empezó a invertir a los 12 años y nunca ha dejado de hacerlo.

Se volvió tan bueno en su área que, si el Louvre coleccionara inversores, Buffett tendría una sala propia.

Así que, en resumen, ya sea fotografiando París o enfrentándote a la vida, la clave está en saber dónde están tus fortalezas y concentrarte en ellas.

No intentes abarcar todo el Louvre ni todos los aspectos de la vida.

Encuentra tu «sala» y conviértete en el experto.

¡Ahí es donde reside la verdadera maestría!

Emilio Sanchez