Bienvenido al imperio de las grandes ciudades: ¿Existe vida más allá de Madrid y Barcelona?

«Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación».

Hace 165 años que Dickens publicó Historia de dos ciudades, pero su principio todavía resuena como si lo hubiera escrito hoy. Con una diferencia: ya no es la historia de dos ciudades, porque la primera se ha comido a la segunda. Bienvenidos al imperio de la gran ciudad.

Ahora mismo, el 56% de la población mundial vive en urbes. Eso son 4.400 millones de personas, según datos del Banco Mundial. Pero para 2050 será el 70%. Eso significa que, en 25 años, 7 de cada 10 personas vivirán en ciudades.

En España ya se ha superado ese umbral. Si en 1950, el 65% de la población residía en zonas urbanas, para 2018 ya era más del 87%.

«España habría sido uno de los países europeos con un mayor aumento de la tasa de urbanización», destaca el Informe de tendencias urbanas del Banco de España. El problema es que ese boom de las ciudades cada vez va a más, dejando atrás todo lo que no es gran ciudad.

«Lo que estamos viendo en la última década es una concentración mayor en los dos principales polos de España, que son Madrid y Barcelona, en detrimento de otras ciudades, incluso capitales de provincia, que hasta hace unos años atraían población», avisa Javier Serrano, doctor en Economía y consultor de Analistas Financieros Internacionales (Afi).

Vivimos el apogeo de la gran ciudad y el colapso del resto. En la gran ciudad es donde hay trabajo, capital, turismo que genera más trabajo. En ellas se concentran las sedes de las empresas, los centros de investigación, las mejores universidades. No en vano, más del 80% del PIB mundial se genera en las ciudades. ¿Y qué significa eso? ¿Es bueno o malo?

Madrid, Barcelona… y algunos satélites

En los años 90 fue un triángulo. La actividad industrial española se repartía en tres polos, con País Vasco, Valencia y Cataluña como vértices y puertas de salida a Europa. Pero la cosa ha ido cambiando, y la actividad empresarial cada vez está más concentrada.

«Ahora mismo, España se dirige hacia un modelo muy polarizado, con Madrid y Barcelona en el centro, y algunos satélites, como Valencia, Málaga…», ilustra Esteve Almirall, profesor de Esade y director de su Centro para la Innovación en Ciudades, y consultor del Banco Mundial.

Lo del boom de las urbes no es nuevo.

«La concentración de las ciudades lleva 100 años en marcha. Es un fenómeno muy conocido que viene a partir de la creación de oportunidades, y por las economías de aglomeración, que a su vez crean ciudades satélites a su alrededor», resume Almirall (las economías de aglomeración básicamente hacen referencia a los efectos beneficiosos que sacan las empresas del hecho de establecerse cerca de otras empresas, lo que al final provoca que se concentren en el mismo sitio).

Quizás el mayor ejemplo sea Estados Unidos, donde la concentración va desde el modelo Nueva York, con toda la actividad (residencial y empresarial) dentro de la propia ciudad y satélites, hasta el de Atlanta, con un centro ocupado por las empresas y suburbios residenciales.

Normalmente, explica Almirall, estos fenómenos son conocidos, se estudian y se pueden predecir por decenios, por lo que «no nos deberían coger por sorpresa».

Es el caso de China, que previno su boom poblacional con la construcción de nuevas ciudades satélite junto a grandes metrópolis para rebajar la presión sobre áreas urbanas centrales, como Pekín o Guangzhou.

En España, el fenómeno se intensificó hacia la década de los 50 y hasta finales de los 70 con el éxodo rural. Para dar una solución habitacional a los más de 3 millones de personas que dejaron el campo para vivir en grandes urbes y que no durmieran en barracones, se construyeron miles de viviendas en tiempo récord, y en 1981, la tasa de urbanización se situaba ya en el 82%.

«El problema es que a la mayoría de gobiernos tiende a cogerles por sorpresa«, matiza Almirall.

O, más que por sorpresa… sin los deberes hechos. El Banco de España lleva tiempo avisando de que el crecimiento y la concentración de la población provocarán que en el futuro no haya pisos para todos. De aquí a 2026 se van a crear 220.000 nuevos hogares al año. Eso son 660.000 viviendas en solo 3 años. Pero cada año se construyen 120.000. No salen las cuentas.

La mayoría de esos nuevos hogares se concentrarán en un par de sitios, literalmente: Madrid y Barcelona. «En el caso de España hemos visto un efecto mucho más intenso en los últimos años: al calor del desarrollo económico, muchas grandes industrias se han instalado principalmente en estos dos polos, atrayendo a más población», observa Almirall.

Desde 1997 son apenas 15 las áreas urbanas que han contribuido al crecimiento de la población. Estas explican el 60% del crecimiento demográfico, «y solo Madrid y Barcelona, las áreas funcionales con una mayor contribución, representan el 35% de dicho incremento», destaca el Banco de España.

En 2018 las galaxias de Madrid y Barcelona estaban compuestas por 300 municipios en los que residían casi 12 millones de personas (el 25% de la población española). Y como un agujero negro, no han dejado de absorber población.

«Ahora vemos como cada vez más personas, sobre todo jóvenes, abandonan otros núcleos urbanos hacia los grandes polos de Madrid y Barcelona», ilustra Serrano.

Tanto es así, apunta, que las áreas funcionales de Madrid y Barcelona son dos de las cuatro más grandes de Europa Occidental: «España cuenta con 2 de las ciudades más grandes de esta parte de Europa. Solo las superan París y Londres».

«Podríamos tener tres o cuatro centros potentes que dieran mayor resiliencia y potencia económica al país, porque cinco motores van mejor que uno», apunta Almirall. Pero para eso hacen falta infraestructuras, una estrategia… «y no se ha hecho. En lugar de eso, hemos seguido el modelo francés, que es de los peores que podíamos haber copiado».

Según el Banco de España, la densidad urbana es buena porque deriva en mayor productividad, más empleo, innovación y facilidades de acceso a bienes y servicios. Pero también significa mayores problemas de acceso a la vivienda por la tensión de la demanda, más contaminación y, por supuesto, el abandono de otras áreas urbanas, convertidas en satélites, si eso.

Lo bueno del efecto capital

Aunque lo de agujero negro suene feo, eso de que las ciudades se lo traguen todo tiene cosas buenas. Según un observatorio de BBVA Research, la concentración urbana favorece el aumento de la actividad y conlleva un conjunto de efectos positivos que constituyen la base de un crecimiento económico.

«La concentración no tiene por qué ser mala», aclara Serrano. La gente se concentra en las ciudades porque es donde más oportunidades hay, tanto para empleados con alta como con baja cualificación. Especialmente en una economía como la española, con un gran peso del sector servicios de cara al público, como la hostelería o el comercio.

En el caso de Madrid y Barcelona, «son de largo las ciudades que más turistas acogen en España. Un clúster al que llegan más personas que a Mallorca o a Gran Canaria, por ejemplo, y alrededor de ese turismo se genera toda una economía que da empleo a muchísimas personas», añade Serrano.

Pero el efecto capital va más allá: uno de esos efectos es el de desbordamiento (o spillovers) de conocimiento y aprendizaje, que ayuda a la creación y acumulación de capital humano en las áreas urbanas.

Según un estudio de BBVA Research y el Ivie, 9 provincias españolas concentran el 60% de la concesión de patentes en España. Básicamente porque a pesar de acoger solo al 44% de la población, el peso de las personas ocupadas en tecnologías de la información y las comunicaciones (TIC) alcanza el 71%.

La aglomeración favorece el flujo de ideas y facilita procesos de innovación e investigación. «Las economías de aglomeración traen consigo una alta especialización de las áreas metropolitanas en sectores intensivos en tecnología y conocimiento, como pueden ser productos electrónicos, farmacéuticos o servicios financieros», destaca Serrano.

Estos efectos, todos juntos, actúan como puntos gravitatorios para la economía y el empleo, convirtiéndose en facilitadores de innovación y crecimiento, además de centros educativos, socioculturales y científicos.

Como diría Isabel Díaz AyusoMadrid (y en Barcelona) son España dentro de España: tienen las principales universidades, centros de investigación e innovación, clústeres empresariales, oficinas centrales…

Pero si todo se concentra en las dos grandes capitales… ¿Hay forma de escapar de ellas? ¿Habrá vida más allá de Madrid y Barcelona?

La paradoja urbana

Sí, la aglomeración urbana tiene unas cuantas cosas buenas… pero son precisamente estas las que generan muchos de los grandes problemas de las ciudades. Es la paradoja urbana.

«Generan más empleo, más PIB, son más ricas, más dinámicas… pero también hay otra cara de la moneda. La concentración urbana no está exenta de retos», resume Serrano.

¿El primero de todos? La vivienda (chorprecha).

La ecuación es sencilla: a Madrid y Barcelona no para de llegar gente, pero el parque de viviendas es fijo. «No te vas a poner a destruir casas de 3 plantas para construir edificios de 30 pisos, más allá de casos puntuales, y si tienes una oferta limitada y una demanda creciente… el problema está servido», observa Serrano.

La concentración en Madrid y Barcelona incrementa el precio de la vivienda en venta y alquiler y expulsa a las personas del centro. Los alquileres están en máximos en la capital y en la ciudad condal, mientras que el mercado de la venta no deja de recalentarse.

En el centro de Madrid o Barcelona, el esfuerzo que tienen que hacer más del 50% de los hogares para pagar el alquiler supera el 40% de sus ingresos, frente al 35% de los hogares ubicados en la periferia de esas ciudades, señala el Banco de España.

«Esto es un factor de distorsión del modelo urbano de Europa, donde lo normal es que convivan en un mismo edificio las actividades productivas, de ocio y residenciales», observa Serrano: «con la expulsión de personas vamos a generar ciudades dormitorio en las afueras«.

El fenómeno de la expulsión de la clase media trabajadora hacia zonas periféricas es más o menos recientes: «los salarios apenas han cambiado desde la crisis de 2007, pero vemos cómo el precio de la vivienda sí que sube, por lo que el esfuerzo que le deben dedicar es cada vez mayor. Si a eso le sumamos la inflación y la subida de tipos, tenemos el coctel molotov que explica la expulsión de estas personas de los centros urbanos», añade Serrano.

«Esto provoca un problema a nivel de habitabilidad. Si no se tienen en cuenta estos factores, tendremos enormes problemas de vivienda, con el riesgo de aparición de suburbios sin servicios alrededor», advierte Almirall.

La evidencia internacional sugiere que estos desarrollos urbanos se asocian a unos mayores precios de compra y de alquiler, confirma el informe del Banco de España: «esto es así especialmente cuando las infraestructuras de transporte público, tanto urbano como metropolitano, no permiten incrementar la escala de las ciudades y mejorar la movilidad dentro de las áreas metropolitanas».

¿Hay vida más allá de la gran ciudad?

Pero ojalá todos los problemas quedaran ahí, dentro de las murallas de la M-30 o de la B-20. La concentración urbana provoca cicatrices más allá de la gran ciudad. 

El primero, más evidente, y germen de todos los demás, es el demográfico: si todo el mundo se muda a la gran ciudad, ¿qué queda en el resto? Los cambios demográficos derivados de la fuga de jóvenes del resto de territorios se traducen en diferencias de hasta 10 años en la edad media de la población entre algunas provincias.

«Una desigual distribución espacial de la población provoca una distribución también desigual de las rentas, ya que las economías de aglomeración justifican una mayor retribución a los factores productivos en las zonas donde se concentran la actividad económica y la población», avisa el Banco de España.

El proceso de concentración de trabajadores y empresas en la gran ciudad lleva consigo un proceso de vaciamiento del resto: menos población activa, menos actividad, menos empleo… De nuevo, la pescadilla que se muerde la cola, pero para mal. Básicamente, una baja dotación de capital físico, social y humano reduce su capacidad de crecimiento.

Un dato representativo de la postal de abandono: el 45% de las viviendas vacías en España se encuentran en municipios de menos de 10.000 habitantes en los que reside el 20% de la población.

Estas transformaciones, observa Luis Ayala en un artículo de El País, han dado lugar a un aumento de las disparidades en los indicadores de desigualdad y bienestar. El VI Informe sobre la desigualdad en España de la Fundación Alternativas revela que los indicadores de mayor bienestar (medido en renta, salud, empleo y educación) se concentran en Madrid y Barcelona.

Ciudades medianas y a media distancia, las grandes perdedoras

Para Almirall, sin embargo, las grandes perdedoras son las ciudades ubicadas cerca de grandes capitales, pero no mucho. En otras palabras: están lo suficientemente cerca como para no desarrollar servicios o actividad propios, y lo suficientemente lejos como para no optar al título de ciudades dormitorio:

«Quien lo tiene peor son las ciudades a distancias moderadas de una gran capita, porque todos los servicios especializados se trasladan ahí. Las que están muy cerca, como Pozuelo, aunque sean políticamente independientes, lo tienen mejor, porque son parte de la gran ciudad. Si están a corta distancia son absorbidas, pero si están a media distancia, se empobrecen».

Eso, y las ciudades medianas que están lejos de la capital. Es el caso de Murcia, la séptima capital más grande de España, por delante de Bilbao o Alicante. «Hay un elemento que domina en este tipo de urbes, que no están cerca de nada, y es que la población más preparada se desplaza a lugares donde hay mejores oportunidades», observa Almirall: «esto ha pasado en Bristol, en Reino Unido».

Como no pueden ofrecer oportunidades, también sufren el proceso de descapitalización.

Las dos Españas: la de la gran ciudad… y todo lo demás

Volvemos a la historia de dos ciudades, versión patria.

Antes se hablaba del fenómeno de las dos Españas para explicar la brecha de desigualdad de rentas sobre la base del modelo productivo del territorio, más industrializado en el norte; más volcado en servicios y agricultura en el sur. Por ejemplo, de los 500 ayuntamientos con las rentas medianas más altas de España, el 70% están en Cataluña y País Vasco, Madrid y Navarra. Pero ahora esa brecha empieza a bascular hacia la dicotomía gran ciudad – el resto.

El Banco de España plantea que una posibilidad para mitigar estas desigualdades sería fomentar la digitalización de determinadas zonas rurales con mayores oportunidades de desarrollo, como polos de atracción para empresas y potenciales trabajadores.

Otra posible solución, apunta Almirall, pasaría por dinamizar otras urbes, más allá de Madrid y Barcelona. Por ejemplo, mediante la culminación del corredor mediterráneo, que nunca llega; o el traslado de sedes y centros de investigación a otras ciudades para crear nuevos clústeres.

«Es mejor contar con cinco centros económicos que con uno, pero eso no está ocurriendo», lamenta Almirall: «Estamos yendo al modelo francés, que es el peor, porque todo se concentra en París. Si no hacemos nada, seremos Francia, y no sé si has estado en Toulouse… pero va mal».

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